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amigo, que se me ha escapado la idea... Ya la cogí. Declararé de texto en mi Seminario mi grande Historia del Clero Mozárabe, que usted conoce... Magna obra, ¿verdad? En ella consagro un tomo entero a la Institución de las Barraganas».

Viéndole en actitud de levantarse, no quise dejarle partir sin que me diera noticias más concretas de Graziella y del lugar donde se encontraba. Pero a mis preguntas no contestó sino con gestos denunciadores de la fugaz deserción de su memoria. No insistí, y reiterándole mi promesa de hablar a Salmerón aquella misma tarde, ayudéle a ponerse en pie, no sin que el esfuerzo muscular le arrancase doloridos ayes. Salió renqueando, apoyado en su grueso bastón. Mis patrones, que habían fisgoneado la visita, le salieron al paso. Don Hilario les echó gravemente la bendición, alargando dos dedos de su mano derecha. Nicanora y Rosita se arrodillaron para besarle la mano. Cogido del brazo le llevé yo hasta la puerta, y encargué a Ido que bajase con él la escalera, hasta dejarle en el coche que le había traído.


VIII

Cuanto más arreciaba contra mí la caterva de pretendientes, con mayor desenfado me iba yo metiendo en el delirio de arrojar sobre todos la lluvia de oro de mis generosas