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tellanos, aragoneses, catalanes, valencianos, manchegos... Ordene usted que vayan esta misma noche a los puntos que fijaremos, comisionados con poderes amplios para convocar y acumular sobre Madrid, sin necesidad de aviso telegráfico, las muchedumbres republicanas de media España, o de España entera si fuese menester».

Precisamente a despedir a esos comisionados iba don Nicolás a la estación de Atocha. El acto, de corta duración y de apariencias familiares, no dio motivo a curiosidad ni comentarios. De la estación fui con mi amigo a visitas, que atribuí a la necesidad perentoria de despertar las fuerzas populares y disponerlas para la lucha. Estuvimos en la Ronda de Atocha, en las Peñuelas, en la calle de Santa Ana. Como él subía solo a las casas, dejándome en el coche, no puedo asegurar a qué personas visitaba. Pero mi conocimiento de la gente de coraje me bastaría para designar sus nombres sin miedo a equivocarme.

De la calle de Santa Ana fuimos a la del Ave María y de allí a la plazuela de Antón Martín, donde nos apeamos los dos; yo llamé al sereno, y este abrió la puerta de la casa de Santiso. Ya era más de la una. Invitome Estévanez a subir con él, mas yo no creí discreto presenciar conferencias tan delicadas, y como estaba tan cerca de mi casa y me sentía fatigadísimo, le pedí permiso para retirarme. Al despedirme, el grande hombre que miraba con serenidad desdeñosa la negra faz