descansaba, y al despertar la siguiente mañana, antes que la ropa volvían a mí las ideas de la noche anterior. Primero llegaba una, después dos o tres rondaban mi cerebro, y al fin iban entrando todas. Pensé yo entonces que durante mi sueño las ideas y los hechos pasados velaban en torno mío, esperando que yo despertase para volver a su jaula.
Levanteme un día con sinfín de cosas imaginarias y reales dentro de mi pajarera cerebral. No me pidáis que puntualice el día, porque en mi mollera entra cuanto existe menos las fechas. Nunca he podido disciplinar, ya lo sabéis, el dietario de los acontecimientos, sobre todo cuando no son de esos que llevan bien determinada la efemérides... Pues señor, me fui a la oficina a pesar de ser domingo, y al entrar me dijeron los compañeros que el Ministro, don Francisco Pi y Margall, se había pasado la madrugada anterior agarrado al telégrafo. ¿Qué pasaba? Pues que los rumores de alzamiento en Barcelona se habían confirmado. Ya sabíamos que la tropa, dominada en absoluto por los Comités federales y convertida en instrumento de la Diputación provincial, aspiraba nada menos que a proclamar el Estado Catalán.
Al instante vio nuestro jefe los gravísimos inconvenientes de tal precipitación. No se podía consentir que los pueblos establecieran por sí y ante sí el régimen federativo, anticipándose a lo que era facultad y obra de las Cortes Constituyentes, aún no reunidas. De