les por los bordes de un precipicio, echáronse atrás, dieron la razón a los republicanos, y el fiero complot terminó con un frío desenlace de lamentaciones, disculpas y alguna que otra nota jocunda. La Milicia Nacional republicana se echó a la calle en defensa de los suyos; pero no hubo necesidad de romper el fuego, porque dentro de la Cámara quedó Martos domado y vencido, aunque guardándose para mejor ocasión sus pinitos de Bonaparte. A prima noche, cuando volví a mi casa, supe la solución de la crisis. Continuaban los cuatro Ministros republicanos; a Echegaray sustituyó Tutau; a Córdoba, Acosta; a Beránger, Oreiro; don Eduardo Chao y don Cristóbal Sorní entraron en Fomento y Ultramar.
Sin inquietarme gran cosa del cambalache de Ministros, fui a ver a Candelaria, a quien no encontré. Díjome su madre que había ido con don Santos al Club de la calle de la Hiedra, donde el tema de la crisis convocó a toda la turbamulta exaltada y parlera. No estaba yo de humor para soportar el ambiente caldeado de aquel hervidero de pasiones, y me lancé a recorrer los barrios del Sur, desde Santa Isabel a las Vistillas. Sentía yo en mi ser por aquellos días una como evolución de mis gustos y costumbres. Me agradaba sobremanera la vagancia por calles, travesías y plazuelas, viendo rostros que aun siendo desconocidos me parecían familiares, recogiendo al paso jirones de diálogos, apóstrofes o frases picarescas, tropezando con grupos amorosos, secreteantes, o con pendencias