la langosta, al enyesado de los vinos y a las relaciones del Tesoro con el Banco... De esto y de todo lo relativo a la Hacienda te daré cuantos datos necesites, cifras, cálculos... te haré un presupuesto verdad, no como los que presenta el Gobierno».
Si en algún punto de la perorata mostraba Candelarita cierto escepticismo chancero, al fin la vi como contagiada de la seriedad del sabio profesor de finanzas. La vivaracha propagandista entraba por todo, y era capaz de poner en octavas reales los presupuestos del Estado. Otro día llegó el ciudadano De la Caña desconcertado y asustadico, trayéndonos la noticia de la crisis del primer Gobierno de la República. Leed aquí sus palabras, que revelaban una emoción triste, casi fúnebre: «Vean ustedes lo que pasa, y pásmense como yo. A los trece días de instaurada la forma republicana ya la tenéis en peligro de muerte. Este señor Martos, en connivencia con los Ministros procedentes del amadeísmo, y que hoy se llaman Radicales, quiere arrojar del Gobierno a los republicanos Pi, Salmerón, Figueras y Castelar. Aunque esto es un desavío para mí, porque ya mis amigos habían recabado del señor Echegaray mi colocación en Hacienda, me tengo por hombre sincero y justo, y sostengo que el designio de Martos es a modo de un golpe de Estado. Ya sabéis que yo soy muy claro y que gusto de poner los puntos sobre las íes. Afirmo, pues, que lo que quiere mi don Cristino es una dictadura. ¿Te has enterado tú, Candela,