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de burlarse de esta, la mimaba, alentaba sus aficiones, y con sanos y cariñosos consejos quería guiar sus talentos por el camino de la seriedad. Entre tanto no se descuidaba en admitir las invitaciones que hija y madre le hacían para que cenase o comiese con ellas. Más de una vez nos reuníamos los cuatro en torno a la mesa, bien abastecida de sabrosos manjares caseros. De las innumerables majaderías que oí al don Basilio una y otra noche, transcribo algunas para ornamento de esta historia:

«Fíjate en lo que te digo, Candela. Ya sabes que te quiero paternalmente y admiro tus bellas facultades. Lo que has escrito estos días está muy bien. Tu imaginación chispea; tu sensibilidad imprime calor a los pensamientos. Atinadísimo lo que dices de la libertad igual para todos, del derecho al trabajo y a la educación, del gobierno por el pueblo y para el pueblo, de abolir la pena de muerte, las quintas y el estanco de la sal. Pero todo eso, que es lindísimo y tornasolado, no será eficaz mientras no tengamos un buen sistema de hacienda y un rigor escrupuloso en las prácticas administrativas. Escríbenos una serie de estudios sobre cuestiones tan amenas como los Derechos Reales, el Catastro, la unificación de las Deudas, la circulación fiduciaria, los Bonos del Tesoro, etc., etc. Tu pluma galana puede presentar estas cuestiones bajo prismas brillantísimos y hasta poéticos. Tú puedes dar encanto a las materias más áridas, como por ejemplo, a la extinción de