miración del portentoso talento de Candelaria. Se maravillaba de verla escribir con desenfrenado rasgueo de pluma, y cuando los garrapatos o patas de mosca volvían de la imprenta transformados en letra de molde, que la pobre señora entendía tanto como si fuera escritura chinesca, contemplábalos atónita cual si fueran arte de magia o brujería. «No sé a quién sale esta chica -decía-, porque el bailarín de su padre, que esté en gloria, no escribía más que con los pies».
La idea extremadamente lisonjera del mérito de Candelaria excluía en la madre toda severidad. A fuerza de admirar el talento, no paraba mientes en las flaquezas de su hija, ni en sus desórdenes y extravagancias, que la diferenciaban de todo el personal de su sexo en aquella época. Creía Belén que andando los años y siguiendo en aquel ajetreo de pluma adquiriría Rosa Patria fama universal, reinando al fin, por la fuerza de su entendimiento, sobre la turbamulta de hombrachos enclenques y desaboridos que mangoneaban en la sociedad. Sin participar del delirante optimismo maternal, yo veía en Penélope algo extraordinario que se cernía sobre sus extravagancias, sobre su inquietud ratonil, su mala prosa, sus versos ripiosos y cojitrancos. Lo que me agradaba en ella era su valentía, su desprecio de la vigente organización social y la desvergüenza, en cierto modo graciosa, con que daba la cara a las rechiflas y burletas de las demás señoras y aun de muchos hombres.