libitum cualquiera de los tres nombres que le aplicaba la turbada sociedad de su tiempo: Penélope por lo masónico, Rosa Patria por lo literario y Candelaria conforme al santo Crisma.
Tres días mal contados, incluyendo entre ellos el de la partida de su esposo para Badajoz, me bastaron para posesionarme de su hogar modesto y amenizar en él mis días tediosos y agasajar mis noches heladas. Noticias pocas y precisas os daré de la familia de Candelaria. Componíanla sus tres crías, dos varoncillos pequeños y una chavala graciosa y parlera que ya rayaba en los ocho años; y su madre doña Belén, matrona espigada, tiesa y diligente, que llevaba el gobierno de la casa. Por la buena mano de esta mujer, su pulcritud y vivacidad, la casa estaba bien apañadita, y sólo tenía trazas de leonera el gabinete en que había instalado su laboratorio poético y prosaico la fecunda y jamás cansada propagandista. Gracias a la providente abuela, los niños andaban bien cuidados y limpios, la comida siempre a punto, y en la casa no sufrían grave ofensa la vista y el olfato.
Despojada del doña que le ponía la vecindad, Belén estaba más en carácter y lucía en toda su plenitud las cualidades domésticas. En elogio suyo debo decir que a su hija idolatraba, creyendo que había venido al mundo para desacreditar y extinguir la raza de las mujeres ñoñas, encogidas, pánfilas y santurronas. La densidad analfabética de su cerebro no le dejaba espacio más que para la ad-