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escoja las formas y colorines más estrepitosos. Tiene mi marido un gusto de mil demonios. Si le dejo, sale a la calle hecho un guacamayo...». Al despedirse agotó su arsenal de remilgos, ojeadas y meneos para ofrecerme su casa, su persona, en el concepto literario y político, aceptándome como auxiliar o comadrón para los futuros alumbramientos de su fantasía. Viéndola salir por entre las mesas, pude apreciar que era pequeña de cuerpo, gordezuela y fofa, viva de andadura, suelta de ademanes, y tan desahogada de lengua que a lo largo del café iba disparando dicharachos a un lado y a otro.

Dejadme tomar aliento para que pueda contaros, con la debida pausa y sentido, dos hechos muy importantes que van entrelazados estrechamente en esta veraz historia. El uno es el caso y circunstancias de mi metimiento afectivo con doña Candelaria. El otro es la ruidosa y descomunal crisis del 24 de Febrero, a los trece días del establecimiento de la República. ¡Aún no asábamos y ya pringábamos!


III

Por no cansar a mis buenos lectores con prolijidades impertinentes, omito el empalagoso tramitar que me llevó a la intimidad con la estrafalaria señora del café de las Columnas, a quien podía designar escogiendo ad