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menos, para ver desde allí el recinto escolar donde la Diosa cría las inteligencias del mañana?».

Levantándose me dijo el artífice de voluntades: «Ven conmigo y verás». Salimos... no sé si por una puerta o por una de esas paredes que permiten la filtración de bultos corpóreos... salimos, digo, al patio, que era irregular, con empedrado menudo y muy bien barrido, completamente llano. Avanzamos luego por un espacio trapezoidal, limitado por medianerías y anexos de casas mezquinas. El patio se angostaba después para ensancharse en una especie de plazoleta. Sorprendiome la pulcritud del empedrado, que indicaba la acción constante de hacendosas manos femeniles. Pero más que esto me sorprendió que nuestros pasos no hacían ni el más leve ruido sobre las piedrecillas, como si estas fueran pelotas de lana.

En la plazoleta vi unas cuerdas en las que estaba tendiendo ropa Doña Gramática. Temblé ante la personificación de la sintaxis enroscada y regurgitativa; pero mi temor se disipó al instante, porque pasamos frente a ella, como a dos palmos de su cara, y no nos vio. Traspasado el cortinaje que formaban las sábanas y manteles puestos a secar, vi unas ventanas bajas, y llegó a mi oído un runrún leve de voces infantiles. Allí estaba la escuela.

Repitiose el fenómeno anterior. No puedo decir si entramos por una puerta o por un muro de materia tan tenue que daba paso a