cación a mi persona, proclamando mi culto y ensalzando el nombre de Clío con inefable devoción. Además, contiene el libro avisos y sentencias políticas para el gobierno de los pueblos, que hoy conservan el mismo sentido y matiz de actualidad que tuvieron cuatrocientos años antes de Jesucristo. Del manuscrito que me regaló Jenofonte, y que conservo religiosamente entre mis reliquias, me sacó una copia de imprenta el propio Gutenberg, y de aquella copia hiciéronme estotra los impresores de la Biblia Políglota del cardenal Cisneros».
Puso en mis manos el interesante libro. No pudiendo entender una palabra de él, por estar escrito en lengua griega, besé la preciosa reliquia y la devolví a la divina Mariana. Esta cogió de manos de Doña Caligrafía la cajita de cartón que, a mi parecer, guardaba confites o pasteles, y ofreciéndomela me dijo: «Aquí te dejo esta golosina, que no te vendrá mal para poner algún alivio a la inapetencia, que es el peor alifafe de los que sufren el morbo europeo. Son bizcochos riquísimos, de una pasta en que está combinada la dulzura con la substancia provechosa y confortante. Los hacemos en casa, por una receta que a mis hermanas y a mí nos dieron en el monte Hymeto. Algo ha llovido desde entonces».
Dicho esto, y expresada mi gratitud por la visita y por el regalo, despidiéronse las dos damas, no sin que Mariclío me dejase al partir la esperanza de una nueva entrevista en