vez de contener tu alma en la norma de ambición que la Naturaleza concede a los humanos, te lanzas al espacio insondable de las ambiciones locas, quiméricas, fuera de los confines de la realidad. Acabarás de perder tu salud, y con la salud tu vida, si te empeñas en remontarte al cielo para coger la estrella más linda que en él has visto desde la tierra, o si te arrojas en medio del Océano para sacar la perla escondida en el seno más hondo de las aguas».
Tragándome la píldora de indecible amargura que en mi boca puso la Madre excelsa, alabé su elevado conocimiento de las cosas humanas, y el arte sutil con que sabía separarlas de las divinas. Dicho lo que antecede, bajó el tono Mariclío, y de las altas esferas del pensamiento descendió a las más bajas con transición donosa.
Hablamos de la vida cantonal, que ya empezaba a ser aburrida y sin ningún relieve. «Te habrás enterado -me dijo la Señora- de la nueva quijotada de tu amigo el General Contreras. Este señor, que es infatigable en la imprevisión, apenas dio fin a la descomunal aventura en que le quitaron las fragatas, quiso entrar en singular batalla con los molinos de viento. Entre tropa y Voluntarios reunió un ejército de dos mil hombres, y con un tren de Artillería partió por el ferrocarril a la toma de Albacete. Iban con él Pernas y Pozas.
»En la estación de Murcia recibió el aviso de que Martínez Campos, desembarazado ya