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cular interés con el interés del pueblo inmediato. Aquí tienes el pacto federal. Dado el ejemplo por dos pueblos, fueron entrando los demás en la misma concordia, y al poco tiempo todos hallaron el vínculo común de un provecho elemental, que sirvió de aglutinante para amalgamar diferentes Estados débiles en un gran Estado poderoso.

»Aquella gran federación ha tenido muy pocos imitadores, y cuando te lo digo yo que tanto y tanto he visto, bien puedes creerlo... ¿Piensas tú que puede establecer sólidamente este bello régimen un país que hasta hace cuatro días no ha conocido la libertad, una raza que aun siendo heterogénea ha vivido amamantada con la leche de la unidad, y aún se adormece en el regazo de la nodriza? Considera lo que pesan sobre tu país el Catolicismo y eso que llamáis el Papado, las viejas rutinas monárquicas, y los enormes intereses inseparables de estas abrumadoras máquinas sociales. Tú, que no puedes traspasar los límites fisiológicos de la existencia humana, no verás realizado el ideal federalista en toda su pureza; yo, que soy vieja eterna, espero ver algún día... algún día, triunfante y dichoso el Anfictionado Español».

Terminada esta encantadora conversación, que elevó mi espíritu dejándome como en éxtasis, la Madre mandó que sirvieran la cena, y sentó a su mesa al marinero de Trafalgar, a otro viejo menos viejo, a dos mujeres y a mí. Frugal fue la cena, dominando en ella los condimentos de pescados sabrosos