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milde, con balconaje de madera del cual pendían redes, en cuyas mallas lucían algunas escamas de los peces recién cogidos en ellas. La puerta era grande, y a un lado y otro se extendían poyos, en los cuales se sentaban hombres y mujeres de distintas edades y de aspecto mísero. Las paredes relucían con el nítido albor de la cal. Quebraban a trechos la blancura una jaula con jilguero, otra con mirlo, y en la parte más alta dos o tres ventanas de desigual forma y tamaño. En la una colgaban ristras de ajos y cebollas, en la otra unos trapos puestos a secar.

Junto a la puerta vi una mujer friendo aladroque (que en Málaga llaman boquerones) en una gran sartén, montada sobre hornilla de barro... Otras mujeres preparaban los pececillos, envolviéndolos en harina y juntándolos por la cola en forma de abanico. Chicos y mozuelas recogían la fritanga, unos para comérsela y otros para repartirla entre personas que estaban dentro y fuera de la casa. Graziella se paró ante el grupo y dijo con inocente sencillez: «Buenas tardes». Eco de ella fuí yo, repitiendo el buenas tardes con el acento más candoroso. Una voz dijo: «Adelante, caballero». Miré, y vi a Mariclío sentadita en el portal, a corta distancia de la freidora.