encontré en la casa de marras, tendido en un camastro. Las tres sílfides dábanle asistencia cariñosa, y el tiqui-tiqui de la máquina de coser le servía de arrullo para sostener su cerebro en la dulce modorra, ayudándose a ello con sorbitos de ron, según tuve ocasión de observar. Mucho le animó mi visita. Incorporándose en el lecho me contó que se había unido a la expedición de Gálvez a Orihuela, con Pernas, Carreras y Perico del Real, que mandaban fuerzas de Mendigorría, Iberia y Voluntarios de Murcia. A meterse en tales andanzas le había movido la curiosidad más que el apetito de gloria. Los pijoteros laureles que recogió fueron la rozadura de una bala en el cráneo, y el estropicio de la pierna al caerse de una pared. Ved aquí el relato del asendereado telegrafista:
«¡Ay Tito de mi alma, ni a ti ni a mí nos llama Dios por el camino heroico!... Verás: llegamos a Orihuela al amanecer del 31 de Julio, y cátate que en los alrededores de la ciudad nos esperaban cien carabineros a caballo, en la plaza ciento ochenta guardias civiles, y muchos más en las calles y en diferentes casas. A los carabineros pudimos fácilmente cercarlos, y se nos rindieron a discreción diciendo para salvar la pelleja: ¡Todos somos unos! Con ellos se entregaron varios oficiales de bigote de moco y un capitán con toda la barba.
»En la plaza fue más dura la refriega. El Brigadier Piñeiro, Gobernador militar de Alicante, dio la voz de ¡fuego! a la Guardia ci-