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la nerviosidad retozona ocasionada por mi opulencia mágica, se confabularon aquella noche para no dejarme conciliar el sueño. Me lancé a la calle, y en los alrededores del puerto pasé tumbado no sé cuántas horas, respirando el aire fresco de la mar... Amanecía cuando volví a la fonda. Dormí hasta las once, y a la hora del almuerzo pude anotar otras páginas de la historia cantonal, que fueron como sigue: Volvió de Alicante la fragata Almansa, sin hacer nada de provecho ni traer fondos. Su único botín fue un vapor pequeño, llamado Vigilante, que apresaron, y a remolque lo trajeron a Cartagena... Llegueme por la tarde al Arsenal. Vi que estaban armando el Vigilante a toda prisa. Gálvez, que dirigía la faena, me dijo si quería ir con él a Torrevieja. No me determiné... Otra vez sería... Presencié su salida, llevando a bordo un puñado de hombres bien bragados. El Vigilante arboló una bandera que las aguas del Mediterráneo no habían visto desde tiempos muy remotos... Era la bandera de Barbarroja.


XXII


Seguidme y veréis algunas líneas más de la página histórica. El Gobierno de Madrid había lanzado en la Gaceta un decreto, firmado por Salmerón, Presidente del Poder Ejecutivo, y Oreiro, Ministro de Marina, de-