Página:La Primera República (1911).djvu/220

Esta página no ha sido corregida

deseada oportunidad de las visitas, la entretuve como Dios me dio a entender, dándole cuerda y contestando tan sólo con monosílabos a su laberíntico fraseo. Cuando a mi parecer había pasado ya bastante tiempo, le dije: «Vámonos despacito, señora, y si aún fuere temprano nos entretendremos charlando por el camino». Accedió la dueña; le ofrecí mi brazo para bajar la escalera, y me llevó por calles desconocidas, aturdiéndome con su estilo machacante. De todo hablaba: del Cantón, de la enseñanza pública, de los nuevos métodos gramaticales, y en tan variados temas hallaba coyuntura para echarme una flor mal encubierta con frases lisonjeras.

«Aunque mi oficio es enseñar Gramática, dura faena en verdad -me dijo en una de las muchas paradas que hacía-, mis aficiones me han llevado siempre a la Historia, y a esta ciencia sublime consagro mis ocios. Sin autoridad para juzgar a los superiores, no vacilo en ofender su modestia diputándole por el más feliz narrador de los hechos humanos, así los obscuros como los resonantes. Tengo para mí que la Historia que usted nos escriba, si en ello persiste, será de las más discretas, eruditas y ejemplares que habremos de disfrutar, señor don Tito Livio... No se ría; al trastrocar su apellido heme permitido usar un apócope que también puede ser un vislumbre de metátesis».

Sofocando la risa le reiteraba yo mis gratitudes, y al fin, con la pesada carga de la