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desempeñar mi cometido, ayer tres veces frustrado, y hoy vengo gozosa a manifestar a usted, con gusto mío y del que me escucha, que vivimos en la plaza de la Merced, número tres, local anchuroso de una Escuela que debió de estar poblada de ángeles, y hoy está desierta porque nos ha trastornado con su convulso movimiento la hidra revolucionaria.

-Ahora mismo voy -exclamé, levantándome de un brinco; pero ella, con gesto y voz que remedaban las actitudes olímpicas, me ordenó la calma, y así prosiguió: «Refrene su impaciencia, señor mío, y óigame. Floriana es una chiquilla, sin que este calificativo amengüe su idoneidad casera. Lo juvenil no quita en ella lo juicioso. En esta hora y en la subsiguiente hállase atareada en el negocio de sus abluciones, y en acicalarse y componerse, cosa natural en tan linda persona. De ello resulta que, conforme a las ordenanzas de la etiqueta urbana, ha de correr un lapso de tiempo hasta que llegue el oportuno instante de recibir visitas. Deme el señor don Tito licencia para decirle que es hombre harto fogoso y vivaracho, de lo cual colijo que rara vez, quizá nunca, ha tenido a su lado personas sentadas y maduras; que el juicio se pega con el roce vital, y los ejemplos de sensatez y mesura son el mejor aprendizaje para los caracteres movedizos y volanderos en demasía».

Érame ya insoportable la cancamurria pedantesca y el traqueteo gramatical de aquella buena señora. Ansioso de llegar a la