nos de los de Madrid se marcharon, no sin despedirse. Eran buenos para el fuego, pero se cansaban pronto de las jornadas largas, de las lluvias y de las privaciones. Los más duros eran los pastores y serranos. El 20 de Diciembre ya no le quedaban al heroico y sufrido don Nicolás más que nueve hombres. El 21 entró solo en Bailén, dejando a su gente en un cortijo próximo. Descansó unos días en casa de un buen amigo suyo, y al volver al cortijo, los nueve guerrilleros se habían reducido a seis.
Entrando ya en el palacio de Buenavista relató así el bravo campeón la última triste página de sus aventuras: «Una noche, en un cortijo, orilla del Jándula y cerca de Andújar, dormíamos sin vigilantes por la escasez de gente. El cortijero me dijo que de nada servían escuchas ni centinelas, porque los perros nos advertirían cualquiera novedad. En efecto, él interpretaba los ladridos con una exactitud maravillosa. Oyendo a los perros, me decía: 'Le ladran a una lechuza'. 'Pasa un lobo'. 'Está saliendo la luna', etcétera. De repente se oyó un ladrido lejano, y el hombre se puso en pie, gritando con susto: '¡La Guardia civil!'... Salimos, y a los pocos minutos vimos llegar un paisano enteramente solo y sin armas a la vista; pidió un vaso de agua, y entre sorbo y sorbo nos manifestó que había servido en la Guardia civil seis años. Llevaba la licencia en el bolsillo. Sin duda conservaba el olor del Instituto, puesto que los perros avisaron su paso».