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En el Club de la calle de la Hiedra oí sus discursos algunas noches. Habla muy bien; es chico listo, fogoso, de ideas exaltadas. Me parece que estudia Medicina.

-Sí señor; estudia para médico y enseña federalismo. No hay otro más templado ni que sepa como él jugarse la vida por la revolución. Es hijo de Cartagena y aquí le idolatra la ciudadanía trabajadora, y, como quien dice, hambrienta de pan y libertad. Suyo es todo el popularismo campante que llamamos Milicias Voluntarias y Movilizados; suya toda la gente operaria del Arsenal, y los que labran con su sudor el mecanismo de la Maestranza, y viceversa los de la Armada: cabos de cañón, artilleros, contramaestres, y el total de marinería de guerra, mercante y de pesca... No le pueden ver los prefumistas... ¿sabe usted...?

-Ya, ya; los partidarios del señor Prefumo, diputado por Cartagena. Le conozco.

-A los prefumistas les descompuso Cárceles el juego antes de las elecciones municipales, y luego hizo la revolución en un decir Jesús, la noche del 11 al 12 de este mes de Julio. Lo que vale esa criatura no se dice en seis días... ¡Y qué pico de oro, qué manera de entusiasmar a las masas y de llevarnos a donde quiere con cuatro palabras y cuatro gestos de lo que ellos llaman el apoteosis del credo federal!».

Oído esto, que me pareció interesante, le pregunté si había venido a buscarme el señor que me trajo a la fonda. Mi simpático cama-