Ligeramente sonrojado me incliné. Algo quise decir; pero la matrona me cortó la palabra, prosiguiendo así: «No disfrace su mérito con antifaz de modestia, señor don Tito. Madrid entero reconoce a usted como el erudito más concienzudo que cuenta en su seno la Academia de la Historia... Y sepan estos señores que esa misma Academia de la Historia es la que acá le manda para que relate y aprecie, día por día y hora por hora, los acaecimientos del dislocado Cantón.
-Pues tenga cuidado -indicó uno de los caballeros- con que se le escape algo que no sea del gusto de esta gente. No le arriendo la ganancia si no compone sus Historias al son de lo que quieran el Cárceles, el Contreras y el Antoñete Gálvez».
Sin dejarme meter baza, Doña Gramática siguió despotricando de esta manera: «¡Ah, no saben ustedes lo que es este don Tito con la pluma en la mano! Posee el secreto de la imparcialidad, sin agraviar a nadie. Crean ustedes que hará una obra maestra, añadiendo una página a la Historia de esta ilustre Ciudad, que los antiguos, como ustedes saben, llamaron Cartago Espartaria, por el achaque del esparto que producía este terruño. Sabrán también que fue Asdrúbal el que la hizo capital de su Gobierno en la Península, cambiando el nombre que antes dije por el de Cartago Nova».
Asintieron con cabezadas los buenos señores; pero bien se les conocía que no sabían jota de tales antiguallas... Picando en dife-