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una parte, y por otra la displicencia de Doña Gramática, eran la prueba palmaria y definitiva de que estábamos en plena Humanidad.

De súbito, vino de la plebe delantera un clamor estruendoso, como el ¡Tierra! de los navegantes, como el ¡Ujijí! con que anunciaban su paso los primitivos montañeses. «Han visto ya la boca de salida -me dijo Floriana. Miré hacia adelante. Vi tan sólo un punto de claridad. Aumentó el vocerío... Siguieron canciones, coplas, palmoteo... Un rato más, y el punto de claridad era ya un semicírculo luminoso, azul; era el cielo, la noche. Apresuramos el paso apretujándonos para llegar pronto a la salida. Doña Gramática, con refunfuños de impaciencia, tiraba de mí. Tuve que soltarla para no cuidarme más que de la comodidad de Floriana...

El medio punto llegó a ser tan grande como el arco de una catedral. Cerca ya de la boca, vi la muchedumbre de estrellas que tachonaban la inmensidad azul. Al pronto no pude hacerme cargo de la parte de cielo que teníamos delante; pero observando mejor, comprendí que mirábamos al Oriente. Floriana fue la primera en reconocer las espléndidas constelaciones zodiacales de Taurus y Géminis.

Fuera de la boca de la caverna, extendimos nuestra vista sobre la inmensidad estrellada. Ya en terreno abierto y llano, la femenil muchedumbre se diseminó y no parecía tan grande. Acompañada de Doña Aritmética se