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Gramática dijo con agria voz: «Por la Virgen, Tito, vaya usted con más tiento... ¡Ay! por poco me caigo en un hoyo. Parece que nos lleva usted por donde hay más pedruscos». Di mis excusas con brevedad, y atendí a la voz de Floriana que me decía: «Refrénese, don Tito, y guarde sus hipérboles para mejor ocasión, que no ha de faltarle seguramente, pues yo sé que ha sido usted muy afortunado en amores.

-¡Ah, no, Floriana!... Afortunado no fuí... He sido buscador infatigable del bien que soñaba. Mi ambición, que es mucha, no se contentaba con menos que con el sol de la belleza. Busca buscando, encontré varias estrellas, y, como dijo Calderón, entretúveme con ellas -hasta que el sol mismo vi».

Mientras Floriana me reía la frase, obsequiome Doña Gramática con este otro gruñido: «¡Jesús, que he metido el pie en un charco!... Haga el favor, don Tito, de poner alguna atención por esta parte.

-Muy alto pica el amigo -dijo Floriana entre risas-. No le censuro por eso, que la ambición es la cualidad que hace grandes a los hombres. Para los ambiciosos es el sol, no para los tímidos y apocados».

¡Oh felicidad! Ya no podía dudar que la ideal criatura me daba permiso delicadamente para manifestarle mi pasión. Igualándola en delicadeza, no dije palabra; tan sólo apreté ligeramente mi brazo contra mi costado derecho, creyendo que así me apropiaba el calor de su mano. La iniciación del idilio por