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habíamos llamado Diosa vestía con elegante sencillez, cubriéndose con un abrigo ligero, holgado y muy airoso. Al verla, sentí en mi cerebro una reversión fugaz hacia los desvaríos mitológicos, representándomela como una Musa de origen olímpico ataviada al uso moderno. Alegrose de verme, requirió mi compañía, y hablamos con la naturalidad y llaneza de amigos bien probados. Empezó ella recordándome mi entrada en la escuela de la calle de Rodas, y yo, desenrollando la cinta de mis recuerdos, le dije: «Si mil años viviera, Floriana, no olvidaría la primera vez que vi a usted cara a cara, al salir de las misas por el alma del santo don Hilario...

-Sí, sí; fue una mañana triste. Yo iba de luto riguroso.

-En mi espíritu la había visto a usted mil veces, no enlutada, sino revestida de una blancura celestial.

-¡Por Dios, no se ponga usted tonto! -dijo ella sonriente-. Olvide ahora que a su espíritu me llevaron las mentiras de aquella mujerona que sirvió a mi padre con ideas de lucro.

-Cierto; a mi espíritu vino usted por caminos de mentira; pero ¿qué importa eso? La Naturaleza, Dios si usted quiere, nos trae a veces la luz por caminos obscuros».

La disminución lenta de la claridad solar nos anunciaba la noche. Llegó un instante en que hubimos de retrasar la marcha para evitar tropezones. Las muchachas delanteras cantaban alegremente para dar ánimos a la