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XVII

Estábamos en un anchuroso espacio, que era también encrucijada de donde partían diferentes caminos subterráneos. Desmontáronse todas las hembras, y las más traviesas despidieron a sus toros con cariñoso vapuleo de las varas, dándoles los familiares nombres de Perico, Gonzalo, Ventura, Zalamero, Manrique, Lázaro, y otros que se me han ido de la memoria. Las que fueron sílfides o silfidonas graves, hicieron lo propio con sus cabalgaduras, aplicándoles motes más apropiados a la condición taurina. Personas, habla, trajes, todo era real, verdadera resurrección de la carne vivificada por el espíritu. Como yo también había dejado de ser silfo vaporoso, halléme en la plenitud de mi agudeza mental, y pude reconocer por su noble madurez y serio continente a Doña Caligrafía y otras señoras académicas, que iban mezcladas con la muchedumbre llevando libros o fajos de papeles.

Pedibus andando, seguimos nuestro camino estimulados por la luz solar, que cada vez era más viva. Todo mi anhelo era encontrar a Floriana para juntarme a ella. Detuve el paso... Al fin la vi venir acompañada de Doña Gramática, que al salir del estado silfidino era una matrona un tanto maciza, con aire de institutriz o profesora de casa grande. La que