equivocado, la vi luego reclinada en el regazo de Euterpe, profesora de Música de toda la Humanidad.
Senteme yo junto a Mariclío, y no lejos de mí estaba Graziella con otras sílfides, cuyos rostros pude yo distinguir y apreciar en el curso del viaje y en las estaciones de reposo. Debo decir que comí de cuanto me dieron, y que sentía regenerada mi sangre y alentado todo mi ser con la ingestión de los divinos manjares. De la general conversación llegaban a mí jirones o ráfagas que pasaban dejando en mi oído frases inteligibles, entre otras que no podía comprender por ser pronunciadas en extraños idiomas. A la derecha de Mariclío vino a sentarse su hermana Calíope, gobernadora del mundo de la Poesía, y de lo que ambas hablaron con viveza y animación no entendí ni jota. Por ciertas inflexiones me pareció que hablaban en griego para mayor claridad...
Ya llevábamos un gran rato engullendo las célicas viandas, cuando del sitio donde estaba Euterpe vino una música de tal suavidad y tan lindamente concertada en giros melodiosos, que al oírla sentíamos como si manos angélicas nos levantasen en vilo y al mismo cielo nos transportaran. Vi a la propia Euterpe tañendo una flauta de oro, cuyo son acompasaba y regía el de otras tañedoras de flautas, caramillos y chirimías, agrupadas a la derecha de la Musa. Al opuesto lado, otras musicantes tocaban liras y laúdes, y con tan exquisito arte se acoplaban las diferentes vo-