que nos escucharan, que me detuvieran, que los amigos de la Prensa se conjurasen contra mí... Bajamos rápidamente, y a media escalera tuve que volver a subir, porque se me había olvidado el sombrero en la percha del guardarropa... Al fin me vi en la calle, llevando a mi confidente cual si yo fuera el policía y él un criminal... Como fugitivos llegamos hasta la calle de la Greda. Allí me paré, y disparé contra Serafín esta pregunta, que fue como un tiro: «Imbécil, ¿cómo no has ido ya a la calle de Rodas?
-De allí vengo, señor... ¿Por quién me tomaba? ¿Cree que soy capaz de hacer las cosas a medias?... Pues por mor de usted y de su novia he tenido que faltar hoy al servicio.
-Bien, Serafín; me vuelves el alma al cuerpo... Eres un hombre, un grande hombre... Eres mi mejor amigo. En fin, habla. ¿La encontraste? ¿Qué te dijo?
-Apenas traspasé la puerta, me salió al encuentro en el local de la Escuela, vacío enteramente de chiquillos. La obra no ha terminado; pero los albañiles trabajan en el revoco del patio...
-¡Déjate de albañiles y de revocos, hombre! A ver, ¿qué te dijo?
-Repetiré sus acentos divinos. ¡Ay qué ángel! Oiga usted; lo recuerdo palabra por palabra: «Dígale al señor don Tito que mi gratitud será eterna por el favor que me ha hecho. He recibido el nombramiento de directora de un Colegio de niñas de reciente