religiosas. Pero Figueras se mostraba reacio. Cansada la angelical señora de sermonear al marido hereje, y no pudiendo, por su sordera, enterarse de las razones que este le daba, escribíale cartitas dulces, cariñosas, impregnadas de piedad, y cuidadosamente se las ponía en los bolsillos de la levita o en el forro del sombrero de copa... No dejaban de afectar al Presidente las esquelitas cuando daba con ellas. Ocurrió que en un Consejo de Ministros se acordó la exclaustración inmediata de algunas monjas, y este acuerdo fue apoyado por Figueras con toda su energía. A la semana siguiente tratose del mismo asunto en otro Consejo, y don Estanislao, variando de opinión, se mostraba condolido del daño que se iba a causar a las pobrecitas religiosas. Pi y Margall, que le había descubierto el juego, se sonrió diciéndole: Vamos, Estanislao, ya has recibido carta de la familia. ¿Me dejas registrarte el bolsillo de la levita? Negó Figueras, un tanto confuso. Aquella misma tarde, al retirarse del banco azul tomando su sombrero, cayó del forro de este una esquelita. Sonrisa general en todo el Ministerio.
»La muerte de la virtuosa y angelical doña Pepita, que así la llamaban familiarmente sus amigos, causó grande aflicción a Figueras, que estuvo largos días encerrado en su casa de la Calle de la Salud, cuyo rótulo fue sustituido por este otro, kilométrico: Calle del Primer Presidente de la República Española... Te contaré ahora cómo fue curado de su dolor el Jefe del Estado por la medicina del