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puedo yo contarle que usted no sepa. Los males que afligen a España se reducen a uno solo, es a saber, que todo lo que sufrimos sería poca cosa si no padeciéramos ese cáncer, esa peste, ese cólera morbo que llamamos indisciplina militar. Yo me horripilo cuando me cuentan que los soldados gritan a sus jefes ¡que bailen, que bailen! y ¡abajo los galones!

Pausa. Suspiros de ambos. Ido prosiguió así: «Vea usted el caso del Teniente Coronel de Llagostera. Entra indisciplinado en Murviedro el batallón de Cazadores de Madrid. Su jefe, hombre de tesón y coraje, dice: 'Aunque me juegue la vida, yo meto a estos en cintura'. Alardeando de arrojo temerario, ordena a los cabos, sargentos y oficiales que le dejen solo con la fuerza. Después de poner en el suelo su sable y su revólver manda formar el cuadro. Arenga a los soldados con palabras ardientes, invocando el honor, la bandera, la patria, y cuando ya cree tenerlos dominados con su noble entereza, suena un tiro; luego otro y otros. El bravo Martínez Llagostera cayó acribillado a balazos.

-Como ese caso, aunque no tan graves, hay muchos en toda España.

-Y yo pregunto, señor don Tito: sin Ejército disciplinado, ¿cómo vamos a terminar las guerras civiles?

-El tiempo, amigo Ido, que es la cifra y compendio de la disciplina, pues nada puede alterar el régimen pausado de sus horas, sus días y sus años, se encargará de poner tér-