un bando la libertad de los huelguistas y de los no huelguistas; es decir, que podía cada cual hacer lo que le viniera en gana... El motín estalla, los trabajadores arrollan la escasa guarnición; pegan fuego al Ayuntamiento, asesinan a todas las personas que odian, matan a trabucazos al alcalde, y arrastran ferozmente su cadáver...
«Gracias que llegó una columna de Voluntarios valencianos, mandada por el General Velarde -dijo Pajalarga, arrebatando el vocablo a las demás bocas-. Con esto apretaron a correr aquellos que no son republicanos sino públicos forajidos; pero ya les alcanzará el Velarde y pagarán su culpa esos traidores, renegados, vendidos, señores ¡ah! vendidos al oro de la reacción.
-Para Cantones bien formados, el de Valencia -afirmó un silbante-. En la Junta Cantonal figuran el Arzobispo y el Marqués de Cáceres, jefe de los Alfonsinos.
-También se han acantonado Castellón y Murcia -agregó un albañil-. Lo sé por el ordinario.
-Poco a poco -saltó una de las mozas del partido, metiéndose en el ruedo-. Mi pueblo, que es Alhama de Murcia, no quiere depender de la capital, y ya tiene su Cantoncito para él solo».
Recobrado mi equilibrio con el lastre de chocolate y churros, me dispuse a marchar a mi casa. Con oficiosa esplendidez, Pajalarga no quiso cobrarnos el gasto, y sacándome del ruedo me metió en el rincón más obscuro