gada han venido siguiéndome por las calles unos espíritus... espíritus buenos y amables que se interesan por mí...».
Por lo que dije de mi trato con entes invisibles y por lo que antes hablé de mi desfallecimiento, el bueno de Serafín, movido a mayor lástima, me invitó a entrar con él en una excelente buñolería de la calle de la Palma, donde daban chocolate además de café económico. Acepté gustoso, que buena falta me hacía reparar mi desmayado cuerpo. Lo primero que me sorprendió al entrar en el cafetín fue la persona del buñolero, en quien reconocí a Indalecio García (Pajalarga), Miliciano de los que cercaron el palacio de Medinaceli la noche del 23 de Abril y que luego concurrió a nuestra cena y tertulia en la taberna de Juan Niembro. Estuvo el hombre finísimo. Mandó hacer para el guardia y para mí dos chocolates machos, y nos los sirvió con churros exquisitos. La parroquia del establecimiento no era escasa. Vi dos mozas del partido, soñolientas, tres o cuatro chulos aburridos, con altas gorras, y unos trabajadores que tomaban en pie la mañana. Llegaron luego algunos silbantes, trasnochadores de prostíbulos y chirlatas, y empezaron a consumir buñuelos y copas de lo fuerte.
En torno a nuestra mesa se formó un ruedo de habladores en el cual descollaba Pajalarga, no sólo por su estatura sino por su vena oratoria. Era un parlamentario terrible. En los Clubs le rompían a fuerza de tirones la chaqueta, para hacerle callar. Mi presen-