Dos días invertí en indagaciones que creía precisas antes de abocarme nuevamente con la sagaz Tirado. En la escuela de la calle de Rodas no encontré más que albañiles, porque estaba el edificio en obra, y en vacaciones la maestra y las niñas. Nadie me dio razón de Floriana. Recorrí las calles inmediatas Peña de Francia, Santiago el Verde y Huerta del Bayo, interrogando a las porteras donde las había, o pegando la hebra con las mujeres que tomaban la fresca en las aceras de sombra, rodeadas de sus chiquillos. Entre tantas comadres parleras encontré algunas que me dieron noticias de una maestra muy guapa que regentó la escuela del barrio. Faltábame saber a dónde se había ido la profesora bonita, y sobre esto, los informes eran tan vagos como contradictorios. Aquí me dijeron que había pasado a otra escuela, en Maravillas; allá, que había heredado algunos miles y estaba en tierra de Toledo; acullá que, asediada por los novios impertinentes que acudían como moscas a la miel de su hermosura, se había metido monja...
Con estos elementos anecdóticos me personé a prima noche en la taberna de Ginés Tirado. La concurrencia de parroquianos era extraordinaria. Celestina no estaba; pero su hermano, asegurándome que bajaría pronto, me llevó a una mesa desocupada, en el ángulo más obscuro del establecimiento. Entre los concurrentes reconocí a muchos con quienes hice conocimiento y breve amistad en la jornada bullanguera del 23 de Abril. Allí char-