todos serviría para sublevarse era la aparición de una partida que cortase el ferrocarril en Despeñaperros. La partida estaba dispuesta, y yo designado para mandarla. No vacilé, y pedí al General que señalara día para mi salida. Convinimos en que yo iniciara la revuelta el 23; los demás secundarían la sublevación hacia el 25. Sólo exigió de mí que me sostuviera ocho días».
No se contentó el audaz revolucionario con aguantarse ocho días; se aguantó treinta y ocho. En todo este tiempo el pobre General Contreras anduvo de la Ceca a la Meca hostigando a los militares y paisanos comprometidos, sin lograr sacarles de su inmovilidad. A Prim, con ser Prim, le pasó lo mismo allá por los años 66 y 67. Las partidillas que aparecieron al conjuro de Contreras en Murcia, Extremadura y Vizcaya, no pasaron de tímidos conatos.
Según me dijo, lanzose Estévanez a la aventura de Sierra Morena sin ninguna confianza en el éxito. Salió de Madrid por la estación de Atocha. Apenas tomó asiento en un vagón de segunda, un hombre de aspecto inofensivo, cargado con cajas de cartón, abrió la portezuela preguntando: «¿Es este el tren que va a Sevilla?». Oída la contestación afirmativa se introdujo en el coche, y acomodando sus cajas se reclinó en un ángulo, con actitud de indiferencia descuidada... Momentos antes de arrancar el tren llegó a la estación don Toribio Castrovido, republicano de los más fieles, y después de buscar a Estévanez