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dé ansioso la salida para poder verla de frente; pero tardó un rato, porque se puso a charlar con otra señora; luego se agregaron dos niñas y un monaguillo.

Cuando observé que el grupo parecía próximo a disolverse tomé posiciones, calculé distancias para coger al paso a la incógnita y aún no bien vista belleza... Llegó el momento. La ideal figura enlutada describió una suave curva para recorrer el camino desde la capilla a la puerta de la calle. ¡Ay de mí! Cuantas perfecciones había forjado mi fantasía pensando en ella, resultaron desvirtuadas por la realidad. ¡Qué asombro de mujer! Como dijo Celestina, el secreto de su extraordinaria belleza era la extraordinaria proporción.

Presa de un vértigo de galantería, de cariño, fui andando junto a ella, y luego me adelanté algunos pasos para poder ofrecerle agua bendita. En este acto quise poner tanta finura como respeto, y me resultó la comunicación más espiritual y ultraterrena que yo pudiera soñar. Tomó ella el agua, y se cruzó la frente con la cabritilla negra que forraba sus dedos. No puedo asegurar que me miró. Con una ligera inclinación de cabeza diome las gracias. Cuando abrí la puerta del cancel para que saliera, llevose a la boca el devocionario, como queriendo ocultar una leve sonrisa con que se dignaba obsequiarme. Fue una chispa de luz caída del cielo a la tierra.

Salí tras ella y la seguí con ojos ávidos.¡