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se entiende los hijos y las hijas del patriarca que ha fenecido anoche.


ELLA.- No he dicho hijos mismamente... mas tampoco negaré que lo sean los más y las más que aquí se ven. Y, en fin, sea lo que fuere, yo vuelvo a decir que era y es un santo. Muchos de los que están en los altares no sirven para descalzarle el zapato.


YO.- Estamos de acuerdo. Yo también digo que...


ELLA.- Basta ya, que no es ocasión de habladurías... Váyase a su Ministerio, y no falte al funeral, que será lucidísimo. Mañana habrá misas en San Marcos. Véngase.

Allá me fui tempranito, no precisamente movido del deseo de sacar pronto del purgatorio el alma de don Hilario (pues si este era un santo, los sufragios holgaban), sino más bien cediendo a la irresistible atracción de un interés profano. Entré en la parroquia. En diferentes capillas se celebraban oficios de difuntos. Reconocí los que me interesaban por la asistencia de algunas personas que había visto el anterior día en la casa mortuoria. No cesaba yo de atisbar las mujeres vestidas de negro, arrodilladas de espaldas a mí. La escasa luz del templo no favorecía mis investigaciones. Por fin, se aclaró el recinto. El sol vino en mi ayuda despejando el cielo y metiendo rayos de luz por los altos ventanales... Allí estaba: era ella, la figura estatuaria que vi en la cámara ardiente. No podía ser otra. Adquirí la certeza cuando se puso en pie terminadas las misas. Aguar-