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Aterrado por el crecimiento de la insurrección carlista, el Gobierno solicitó el asenso de las Cortes para tomar desde luego todas las medidas extraordinarias que exigiese la gravísima dolencia de la Nación. Sólo halló resistencias en el grupo de los Intransigentes, que ante la idea de ver suspendidas las garantías constitucionales, pusieron el grito en el cielo, acusando a Pi de atentar contra la Democracia y el principio Federal.

En las enconadas discusiones que con este motivo se produjeron, tuvo el Gobierno un brioso refuerzo con la súbita presencia en Madrid del diputado Antonio Orense, hijo del Marqués de Albaida. Se daba el caso extraordinario de que este noble anciano acaudillase el grupo más demagógico de la Cámara, y el hijo, mozo y muy baqueteado ya en la política y en la guerra, fuese uno de los gubernamentales más convencidos y discretos. En la guerra franco-prusiana batalló en la legión de garibaldinos. Ya proclamada la República en España, organizó un batallón para combatir a los carlistas, y en esta campaña tuvo ocasión de apreciar hechos mil de que eran responsables los Intransigentes por su conducta ante la indisciplina militar.

Fuerte con los datos que le dio la realidad por él observada, Antonio Orense refirió casos vergonzosos, y revolviéndose contra los federales fanáticos arrojó sobre ellos estas tremendas acusaciones: «La Patria se pierde; se pierde también la República. ¿Sabéis por qué? Porque habéis venido a demostrar que cuan-