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clarasen en Convención Nacional, y eligieran de su seno un Comité de Salud Pública. Esta proposición fue desechada, y los Intransigentes presentaron luego otra y otras.

Hastiado de tanto delirar, me volví a lo mío, y lo mío fue que, según informes que tuve la víspera de San Pedro, don Hilario no se murió del grave arrechucho que parecía definitivo pasaporte para recibir el premio de sus virtudes y de sus facultades procreadoras... Acudí allá, y me le encontré sentadito en su cama, risueño, vividor, jugando con dos gatines muy monos... Corrí a la cocina, donde estaba el ama de gobierno machacando en el almirez. Llegar a su lado y espetarle mis preguntas, fue obra de segundos. Y ella, machaca que machaca, me dijo con retintín: «Sí, sí; contenta tiene usted ala señora».


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Mi perplejidad al oír la frase de Celestina duró segundos no más. Luego la emprendí con ella en esta forma: «¿Qué es eso, se burla usted de mí? Pues sepa que no lo aguanto. Ándese con cuidado, que tengo mal genio.

-¡En buena ocasión viene usted con sus rabietas! -me dijo secamente, poniéndose en jarras-. ¿Le parece al don Fuguilla que está una para incomodarse y para reñir en un día como este? Sepa el cascarrabias que hoy,