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defraudado. A mi anhelo de saber el nombre de mi bella incógnita no quiso dar satisfacción, alegando razones que más bien eran ridículos pretextos. ¡Por la cornamenta de Luzbel, ya me estaba cargando la mensajera de amores! ¿Se divertía conmigo mostrándome una piedra preciosa y apartándola de mi mano cuando yo quería cogerla?

De estas ansias mías, entremezcladas con lentas horas de tedio, me consolaba asistiendo a las sesiones de Cortes, más que por gusto mío, por ayudar a unos buenos muchachos que hacían el extracto y crónicas parlamentarias para varios periódicos. Presencié la embestida que dio el General Socías a mi amigo Estévanez; si destemplado estuvo el General, el Ministro hizo alarde de una moderación que algunos creyeron excesiva. Oí religiosamente y extracté el discurso de Pi exponiendo el programa de su Gobierno. La síntesis era esta: no podían de ningún modo emprenderse las reformas económicas mientras no estuviera hecha la Constitución Federal a que había de ajustarse el nuevo Presupuesto; las políticas de más trascendencia serían consignadas en la Constitución; mas era necesario ir derechos a separar la Iglesia del Estado, establecer la enseñanza gratuita y obligatoria, reorganizar el régimen colonial y abolir la esclavitud en Cuba. Respecto a cuestiones sociales afirmó la necesidad de implantar las mejoras ya realizadas en otros países, y las que fueran necesarias para proteger a las mujeres, regular el trabajo de los niños y vender