miento que era muy alto, y así lo declaraban su noble fachada y rostro. Luego añadió que yo encubría mi condición verdadera, haciéndome el modestito y alojándome en una casa de huéspedes de cuarta clase. No me valían tapujos. Mi buena mano para sacar destinos era señal de mi gran poder. «Y en todo caso -agregó la Tirado, mudando de postura en el sofá por el daño que le hacían los malditos muelles-, cuando le dan la breva no pida la berza. Si la señora que le digo se conforma con usted tal como es, ¿a qué viene el ponerle peros? Es como aquel que dijo: doyte el gazapo y pides el sapo.
-Pero vamos a cuentas, Celestina -indiqué yo, dejándome querer-. Esa señora ¿se conforma conmigo tal como soy? Si es así, sin duda me conoce, sabe que...
-Naturalmente, le conoce de vista... Le conoce por la fama de sus buenas partes, de su talento, de su poder. Para mí que se trae alguna pretensión que sólo usted puede conseguir de esos padrotes federales.
-Entendámonos. ¿Se trata de que yo dé mi apoyo a un favor político difícil de lograr, o se trata de un pacto amoroso como los muchos que usted ha negociado felizmente en su larga profesión, que yo no califico de vergonzosa, sino de muy necesaria en la República, como dijo Cervantes?
-De ambas cosas hablo, como que van metiditas la una en la otra. Sé lo que digo. Soy muy ducha, muy corrida en lo tocante al ayuntar las voluntades de hombre y mujer.