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LA ODISEA

saciado de comer y de beber, Calipso, la divina entre las diosas, rompió el silencio y dijo:

203 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Así pues ¿deseas irte en seguida á tu casa y á tu patria tierra? Sé, esto no obstante, dichoso. Pero, si tu inteligencia conociese los males que habrás de padecer fatalmente antes de llegar á tu patria, te quedaras conmigo, custodiando esta morada, y fueras inmortal, aunque estés deseoso de ver á tu esposa de la que padeces soledad todos los días. Yo me jacto de no serle inferior ni en el cuerpo ni en el natural, que no pueden las mortales competir con las diosas ni por su cuerpo ni por su belleza.»

214 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡No te enojes conmigo, veneranda deidad! Conozco muy bien que la prudente Penélope te es inferior en belleza y en estatura; siendo ella mortal y tú inmortal y exenta de la vejez. Esto no obstante, deseo y anhelo continuamente irme á mi casa y ver lucir el día de mi vuelta. Y si alguno de los dioses quisiera aniquilarme en el vinoso ponto, lo sufriré con el ánimo que llena mi pecho y tan paciente es para los dolores; pues he padecido muy mucho así en el mar como en la guerra, y venga este mal tras de los otros.»

225 Así habló. Púsose el sol y sobrevino la obscuridad. Retiráronse entonces á lo más hondo de la profunda cueva; y allí, muy juntos, hallaron en el amor contentamiento.

228 Mas, no bien se mostró la hija de la mañana, la aurora de rosáceos dedos, vistióse Ulises la túnica y el manto; y ella se puso amplia vestidura, fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro, veló su cabeza, y ocupóse en disponer la partida del magnánimo Ulises. Dióle una gran segur que pudiera manejar, de bronce, aguda de entrambas partes, con un hermoso astil de olivo bien ajustado; entrególe después una azuela muy pulimentada; y le llevó á un extremo de la isla, donde habían crecido altos árboles—chopos, álamos y el abeto que sube hasta el cielo—todos los cuales estaban secos desde antiguo y eran muy duros y á propósito para mantenerse á flote sobre las aguas. Y tan presto como le hubo enseñado donde crecieran aquellos grandes árboles, Calipso, la divina entre las diosas, volvió á su morada.

243 Ulises se puso á cortar troncos y no tardó en dar fin á su trabajo. Derribó veinte, que desbastó con el bronce, pulió con habilidad y enderezó por medio de un nivel. Calipso, la divina entre las diosas, trájole unos barrenos con los cuales taladró el héroe todas