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CANTO QUINTO

por fuerza; y no le es posible llegar á su patria porque le faltan naves provistas de remos y compañeros que le conduzcan por el ancho dorso del mar. Y ahora quieren matarle el hijo amado así que torne á su casa, pues ha ido á la sagrada Pilos y á la divina Lacedemonia en busca de noticias de su padre.»

21 Respondióle Júpiter, que amontona las nubes: «¡Hija mía! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes! ¿No formaste tú misma ese proyecto: que Ulises, al tornar á su tierra, se vengaría de aquéllos? Pues acompaña con discreción á Telémaco, ya que puedes hacerlo, á fin de que se restituya incólume á su patria y los pretendientes que están en la nave tengan que volverse.»

28 Dijo; y, dirigiéndose á Mercurio, su hijo amado, hablóle de esta suerte: «¡Mercurio! Ya que en lo demás eres tú el mensajero, ve á decir á la ninfa de hermosas trenzas nuestra firme resolución—que Ulises torne á su patria—para que el héroe emprenda el regreso sin ir acompañado ni por los dioses ni por los mortales hombres: navegando en una balsa hecha con gran número de ataduras, llegará en veinte días y padeciendo trabajos á la fértil Esqueria, á la tierra de los feacios, que por su linaje son cercanos á los dioses; y ellos le honrarán cordialmente, como á una deidad, y le enviarán en un bajel á su patria tierra, después de regalarle bronce, oro en abundancia, vestidos, y tantas cosas como jamás sacara de Troya si llegase indemne y habiendo obtenido la parte de botín que le correspondiese. Dispuesto está por el hado que Ulises vea á sus amigos y llegue á su casa de alto techo y á su patria.»

43 Así habló. El mensajero Argicida no fué desobediente: al punto ató á sus pies los áureos divinos talares, que le llevaban sobre el mar y sobre la tierra inmensa con la rapidez del viento, y tomó la vara con la cual adormece los ojos de los hombres que quiere ó despierta á los que duermen. Teniéndola en las manos, el poderoso Argicida emprendió el vuelo y, al llegar á la Pieria, bajó al ponto y comenzó á volar rápidamente, como la gaviota que, pescando peces en los grandes senos del mar estéril, moja en el agua del mar sus tupidas alas: tal parecía Mercurio mientras volaba por encima del gran oleaje. Cuando hubo arribado á aquella isla tan lejana, salió del violáceo ponto, saltó en tierra, prosiguió su camino hacia la vasta gruta donde moraba la ninfa de hermosas trenzas, y hallóla dentro. Ardía en el hogar un gran fuego y el olor del hendible cedro y de la tuya, que en él se quemaban, difundíase por la isla hasta muy lejos; mientras ella, cantando con voz hermosa, tejía en el interior con lan-