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LA ODISEA

778 Dicho esto, escogió los veinte hombres más esforzados y fuése con ellos á la orilla del mar, donde estaba la velera nao. Ante todo echaron la negra embarcación al mar profundo, después le pusieron el mástil y las velas, luego aparejaron los remos con correas de cuero, haciéndolo como era debido, desplegaron más tarde las blancas velas y sus bravos servidores trajéronles las armas. Anclaron la nave, después de llevarla adentro del mar; saltaron en tierra y se pusieron á comer, aguardando que viniese la tarde.

787 Mientras tanto, la prudente Penélope yacía en el piso superior y estaba en ayunas, sin haber comido ni bebido, pensando siempre en si su irreprochable hijo escaparía de la muerte ó lo harían sucumbir los orgullosos pretendientes. Y cuantas cosas piensa un león al verse cercado por multitud de hombres que forman á su alrededor insidioso círculo, otras tantas revolvía Penélope en su mente cuando le sobrevino dulce sueño. Durmió recostada, y todos sus miembros se relajaron.

795 Entonces Minerva, la de los brillantes ojos, ordenó otra cosa. Hizo un fantasma parecido á una mujer, á Iftima, hija del magnánimo Icario, con la cual estaba casado Eumelo, que tenía su casa en Feras; y enviólo á la morada del divinal Ulises, para poner fin de algún modo al llanto y á los gemidos de Penélope, que se lamentaba sollozando. Entró, pues, deslizándose por la correa del cerrojo, se le puso sobre la cabeza y díjole estas palabras:

804 «¿Duermes, Penélope, con el corazón afligido? Los dioses, que viven felizmente, no te permiten llorar ni angustiarte; pues tu hijo aún ha de volver, que en nada pecó contra las deidades.»

808 Respondióle la prudente Penélope desde las puertas del sueño, donde estaba muy suavemente dormida: «¡Hermana! ¿Á qué has venido? Hasta ahora no solías frecuentar el palacio, porque se halla muy lejos de tu morada. ¡Mandas que cese mi aflicción y los muchos pesares que me conturban la mente y el ánimo! Anteriormente perdí un egregio esposo que tenía el ánimo de un león y descollaba sobre los dánaos en toda clase de excelencias, varón ilustre cuya fama se difundía por la Hélade y en medio de Argos; y ahora mi hijo amado se fué en cóncavo bajel, niño aún, inexperto en el trabajo y en el habla. Por éste me lamento todavía más que por aquél; por éste tiemblo, y temo que padezca algún mal en el país de aquellos adonde fué, ó en el ponto. Que son muchos los enemigos que están maquinando contra él, deseosos de matarle antes de que llegue á su patria tierra.»