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LA ODISEA

Jamás cometió aquél la menor iniquidad contra hombre alguno; y ahora son bien patentes vuestro ánimo y vuestras malvadas acciones, porque ninguna gratitud sentís por los beneficios.»

696 Entonces le respondió Medonte, que concebía sensatos pensamientos: «Fuera ése, oh reina, el mal mayor. Pero los pretendientes fraguan ahora otro más grande y más grave, que ojalá el Saturnio no lleve á término. Propónense matar á Telémaco con el agudo bronce, al punto que llegue á este palacio; pues ha ido á la sagrada Pilos y á la divina Lacedemonia en busca de noticias de su padre.»

703 Tal dijo. Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, estuvo un buen rato sin poder hablar, llenáronse de lágrimas sus ojos y la voz sonora se le cortó. Mas, al fin hubo de responder con estas palabras:

707 «¡Heraldo! ¿Por qué se fué mi hijo? Ninguna necesidad tenía de embarcarse en las naves de ligero curso, que sirven á los hombres como caballos por el mar y atraviesan la grande extensión del agua. ¿Lo hizo acaso para que ni memoria quede de su nombre entre los mortales?»

711 Le contestó Medonte, que concebía sensatos pensamientos: «Ignoro si le incitó alguna deidad ó fué únicamente su corazón quien le impulsó á ir á Pilos para saber noticias de la vuelta de su padre, y tampoco sé cuál suerte le haya cabido.»

715 En diciendo esto, fuése por la morada de Ulises. Apoderóse de Penélope el dolor, que destruye los ánimos, y ya no pudo permanecer sentada en la silla, habiendo muchas en la casa; sino que se sentó en el umbral del labrado aposento y lamentábase de tal modo que inspiraba compasión. En torno suyo plañían todas las esclavas del palacio, así las jóvenes como las viejas. Y díjoles Penélope, mientras derramaba abundantes lágrimas: «Oídme, amigas; pues el Olímpico me ha dado más pesares que á ninguna de las que conmigo nacieron y se criaron: anteriormente perdí un egregio esposo que tenía el ánimo de un león y descollaba sobre los dánaos en toda clase de excelencias, varón ilustre cuya fama se difundía por la Hélade y en medio de Argos; y ahora las tempestades se habrán llevado del palacio á mi hijo querido, sin gloria y sin que ni siquiera me enterara de su partida. ¡Crueles! ¡Á ninguna de vosotras le vino á las mientes hacerme levantar de la cama, y supisteis con certeza cuándo aquél se fué á embarcar en la cóncava y negra nave! Pues de llegar á mis oídos que proyectaba ese viaje, quedárase en casa, por deseoso que estuviera de partir, ó me hubiese dejado muerta