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CANTO CUARTO

patria tierra porque no dispone de naves provistas de remos ni de compañeros que le conduzcan por el ancho dorso del mar. Por lo que á ti se refiere, oh Menelao, alumno de Júpiter, el hado no ordena que acabes la vida y cumplas tu destino en Argos, país fértil de corceles, sino que los inmortales te enviarán á los campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamanto—allí se vive dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia, sino que el Océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar á los hombres más frescura,—porque siendo Helena tu mujer, eres para los dioses el yerno de Júpiter.»

570 »Cuando esto hubo dicho, sumergióse en el agitado ponto. Yo me encaminé hacia los bajeles, con mis divinales compañeros, y mi corazón revolvía muchos propósitos. Así que hubimos llegado á mi embarcación y al mar, aparejamos la cena; vino muy pronto la divina noche y nos acostamos en la playa. Y al punto que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, echamos las bien proporcionadas naves en el mar divino y les pusimos sus mástiles y velas; después, sentáronse mis compañeros ordenadamente en los bancos y comenzaron á herir con los remos el espumoso mar. Volví á detener las naves en el Egipto, río que las celestiales lluvias alimentan, y sacrifiqué cumplidas hecatombes. Aplacada la ira de los sempiternos dioses, erigí un túmulo á Agamenón para que su gloria fuera inextinguible. En acabando estas cosas, emprendí la vuelta y los inmortales concediéronme próspero viento y trajéronme con gran rapidez á mi querida patria. Mas, ea, quédate en el palacio hasta que llegue la undécima ó duodécima aurora y entonces te despediré, regalándote como espléndidos presentes tres caballos y un carro hermosamente labrado; y también he de darte una magnífica copa para que hagas libaciones á los inmortales dioses y te acuerdes de mí todos los días.»

593 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Atrida! No me detengas mucho tiempo. Yo pasaría un año á tu vera, sin sentir añoranza por mi casa ni por mis padres—pues me deleita muchísimo oir tus palabras y razones;—mas deben de aburrirse mis compañeros en la divina Pilos y hace ya mucho que me detienes. El don que me hagas consista en algo que se pueda guardar. Los corceles no pienso llevarlos á Ítaca, sino que los dejaré para tu ornamento, ya que reinas sobre un gran llano en que hay mucho loto, juncia, trigo, espelta y blanca cebada muy lozana. Ítaca no tiene lugares espaciosos donde se pueda correr, ni prado alguno, que es tierra apta para pacer