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LA ODISEA

de elevada techumbre, los vecinos y amigos del glorioso Menelao. Un divinal aedo estábales cantando al son de la cítara y, tan pronto como tocaba el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre.

20 Entonces fué cuando los dos jóvenes, el héroe Telémaco y el preclaro hijo de Néstor, detuvieron los corceles en el vestíbulo del palacio. Vióles, saliendo del mismo, el noble Eteoneo, diligente servidor del ilustre Menelao, y fuése por la casa á dar la nueva al pastor de hombres. Y, en llegando á su presencia, le dijo estas aladas palabras:

26 «Dos hombres acaban de llegar, oh Menelao alumno de Júpiter, dos varones que se asemejan á los descendientes del gran Jove. Dime si hemos de desuncir sus veloces corceles ó enviarlos á alguien que les dé amistoso acogimiento.»

30 Replicóle, poseído de vehemente indignación, el rubio Menelao: «Antes no eras tan simple, Eteoneo Boetida; mas ahora dices tonterías como un muchacho. También nosotros, hasta que logramos volver acá, comimos frecuentemente en la hospitalaria mesa de otros varones; y quiera Júpiter librarnos de la desgracia para en adelante. Desunce los caballos de los forasteros y hazles entrar á fin de que participen del banquete.»

37 Tal dijo. Eteoneo salió corriendo del palacio y llamó á otros diligentes servidores para que le acompañaran. Al punto desuncieron los corceles, que sudaban debajo del yugo, los ataron á sus pesebres y les echaron espelta, mezclándola con blanca cebada; arrimaron el carro á las relucientes paredes, é introdujeron á los huéspedes en aquella divinal morada. Ellos caminaban absortos viendo el palacio del rey, alumno de Júpiter; pues resplandecía con el brillo del sol ó de la luna la mansión excelsa del glorioso Menelao. Después que se saciaron de contemplarla con sus ojos, fueron á lavarse en unos baños muy pulidos. Y una vez lavados y ungidos con aceite por las esclavas, que les pusieron túnicas y lanosos mantos, acomodáronse en sillas junto al Atrida Menelao. Una esclava dióles aguamanos, que traía en magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y colocó delante de ellos una pulimentada mesa. La veneranda despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándoles con los que tenía reservados. El trinchante sirvióles platos de carne de todas suertes y puso á su alcance áureas copas. Y el rubio Menelao, saludándolos con la mano, les habló de esta manera: