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CANTO TERCERO

me haga propicia á Minerva, la cual acudió visiblemente al opíparo festín que celebramos en honor del dios. Ea, uno de vosotros vaya al campo para que el vaquero traiga con la mayor prontitud una novilla; encamínese otro al negro bajel del magnánimo Telémaco y conduzca aquí todos los compañeros, sin dejar más que dos; y mande otro al orífice Laerces que venga á verter el oro alrededor de los cuernos. Los demás permaneced reunidos y decid á los esclavos que están dentro de la ínclita casa, que preparen un banquete y saquen asientos, leña y agua clara.»

430 Así habló, y todos se apresuraron á obedecerle. Vino del campo la novilla; llegaron de junto á la velera y bien proporcionada nave los compañeros del magnánimo Telémaco; presentóse el broncista trayendo en la mano las broncíneas herramientas—el yunque, el martillo y las bien construídas tenazas,—instrumentos de su oficio con los cuales trabajaba el oro; compareció Minerva para asistir al sacrificio; y Néstor, el anciano jinete, dió el oro, y el artífice, después de prepararlo, lo vertió alrededor de los cuernos de la novilla para que la diosa se holgase de ver tal adorno. Estratio y el divinal Equefrón trajeron la novilla asiéndola por las astas; Areto salió de su estancia con un lebrillo floreado, lleno de agua para lavarse, en una mano, y una cesta con las molas en la otra; el intrépido Trasimedes empuñaba aguda segur para herir la novilla; Perseo sostenía el vaso para recoger la sangre; y Néstor, el anciano jinete, comenzó á derramar el agua y á esparcir las molas, y, ofreciendo las primicias, oraba con gran fervor á Minerva y arrojaba en el fuego los pelos de la cabeza de la víctima.

447 Hecha la plegaria y esparcidas las molas, aquel hijo de Néstor, el magnánimo Trasimedes, dió desde cerca un golpe á la novilla y le cortó con la segur los tendones del cuello, dejándola sin fuerzas; y gritaron las hijas y nueras de Néstor, y también su venerable esposa, Eurídice, que era la mayor de las hijas de Clímeno. Seguidamente alzaron de la espaciosa tierra la novilla, sostuviéronla en alto y degollóla Pisístrato, príncipe de hombres. Tan pronto como la novilla se desangró y los huesos quedaron sin vigor, la descuartizaron, cortáronle luego los muslos, haciéndolo según el rito, y, después de pringarlos con gordura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de él, unos mancebos tenían en sus manos asadores de cinco puntas. Quemados los muslos, probaron las entrañas; é incontinenti dividieron lo restante en pedazos muy pequeños, lo