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CANTO TERCERO

331 «¡Oh anciano! Todo lo has referido discretamente. Pero, ea, cortad las lenguas y mezclad vino, para que, después de hacer libación á Neptuno y á los demás inmortales, pensemos en acostarnos, que ya es hora. La luz del sol se fué al ocaso y no conviene permanecer largo tiempo en el banquete de los dioses, pues es preciso recogerse.»

337 Así habló la hija de Júpiter, y todos la obedecieron. Los heraldos diéronles aguamanos; unos mancebos llenaron las crateras y distribuyeron el vino á los presentes, después de haber ofrecido en copas las primicias; y, una vez arrojadas las lenguas en el fuego, pusiéronse de pie é hicieron libaciones. Ofrecidas éstas y habiendo bebido cuanto desearan, Minerva y el deiforme Telémaco quisieron retirarse á la cóncava nave. Pero Néstor los detuvo, reprendiéndolos con estas palabras:

346 «Júpiter y los otros dioses inmortales nos libren de que vosotros os vayáis de mi lado para volver á la velera nave, como si os fuerais de junto á un varón que carece de ropa, del lado de un pobre, en cuya casa no hay mantos ni gran cantidad de colchas para que él y sus huéspedes puedan dormir blandamente. Pero á mí no me faltan mantos ni lindas colchas. Y el caro hijo de Ulises no se acostará ciertamente en las tablas de su bajel, mientras yo viva ó queden mis hijos en el palacio para alojar á los huéspedes que á mi casa vengan.»

356 Díjole Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «Bien hablaste, anciano querido, y conviene que Telémaco te obedezca porque es lo mejor que puede hacer. Iráse, pues, contigo para dormir en tu palacio, y yo volveré al negro bajel á fin de animar á los compañeros y ordenarles cuanto sea oportuno. Pues me glorío de ser entre ellos el más anciano; que todos los hombres que vienen con nosotros por amistad son jóvenes y tienen los mismos años que el magnánimo Telémaco. Allí me acostaré en el cóncavo y negro bajel, y al rayar el día, me llegaré á los magnánimos caucones en cuyo país he de cobrar una deuda antigua y no pequeña; y tú, puesto que Telémaco ha venido á tu casa, envíale en compañía de un hijo tuyo, y dale un carro y los corceles que más ligeros sean en el correr y mejores por su fuerza.»

371 Dicho esto, partió Minerva, la de los brillantes ojos, de igual modo que si fuese un águila; y pasmáronse todos al contemplarlo. Admiróse también el anciano cuando lo vió con sus propios ojos y, asiendo de la mano á Telémaco, pronunció estas palabras: