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LA ODISEA

cómo Egisto le aparejó una deplorable muerte. Pero de lamentable modo hubo de pagarlo. ¡Cuán bueno es para el que muere dejar un hijo! Así Orestes se ha vengado del matador de su padre, del doloso Egisto, que le había muerto á su ilustre progenitor. También tú, amigo, ya que veo que eres gallardo y de elevada estatura, sé fuerte para que los venideros te elogien.»

201 Contestóle el prudente Telémaco: «¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Aquél tomó no poca venganza y los aquivos difundirán su excelsa gloria que llegará á conocimiento de los futuros hombres. ¡Hubiéranme concedido los dioses bríos bastantes para castigar la penosa soberbia de los pretendientes, que me insultan maquinando inicuas acciones! Mas los dioses no nos otorgaron tamaña ventura ni á mi padre ni á mí, y ahora es preciso soportarlo todo.»

210 Respondióle Néstor, el caballero gerenio: «¡Oh amigo! Ya que me recuerdas lo que has contado, afirman que son muchos los que, pretendiendo á tu madre, cometen á despecho tuyo acciones inicuas en el palacio. Dime si te sometes voluntariamente ó te odia quizás la gente del pueblo, á causa de lo revelado por un dios. ¿Quién sabe si algún día castigará esas demasías tu propio padre viniendo solo ó juntamente con todos los aqueos? Ojalá Minerva, la de los brillantes ojos, te quisiera como en otro tiempo se cuidaba del glorioso Ulises en el país troyano, donde los aqueos padecimos tantos males—que nunca oí que los dioses amasen tan manifiestamente á ninguno como á él le asistía Palas Minerva,—pues si de semejante modo la diosa te quisiera y se cuidara de ti en su corazón, alguno de los pretendientes tendría que olvidarse de las nupcias.»

225 Replicóle el prudente Telémaco: «¡Oh anciano! Ya no creo que tales cosas se cumplan. Es muy grande lo que dijiste y me tienes pasmado, mas no espero que se realice aunque así lo quieran los mismos dioses.»

229 Díjole Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «¡Telémaco! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes! Fácil le es á una deidad, cuando lo quiere, salvar á un hombre aun desde lejos. Y yo preferiría restituirme á mi casa y ver lucir el día de la vuelta, habiendo pasado muchos males, á perecer tan luego como llegara á mi hogar; como Agamenón, que murió en la celada que le tendieron Egisto y su propia esposa. Mas ni aun los dioses pueden librar de la muerte, igual para todos, á un hombre que les sea caro, después que se ha apoderado del mismo la Parca funesta de la aterradora muerte.»