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LA ODISEA

ves por el sombrío ponto hacia donde nos llevara Aquiles en busca de botín y otras combatiendo alrededor de la gran ciudad del rey Príamo. Allí recibieron la muerte los mejores capitanes: allí yace el belicoso Ayax; allí, Aquiles; allí, Patroclo, consejero igual á los dioses; allí, mi amado hijo fuerte y eximio, Antíloco, muy veloz en el correr y buen guerrero. Padecimos, además, muchos infortunios. ¿Cuál de los mortales hombres podría referirlos totalmente? Aunque, deteniéndote aquí cinco ó seis años, te ocuparas en preguntar cuántos males padecieron allá los divinos aqueos, no te fuera posible saberlos todos; sino que, antes de llegar al término, cansado ya, te irías á tu patria tierra. Nueve años estuvimos tramando cosas malas contra ellos y poniendo á su alrededor asechanzas de toda clase, y apenas si entonces puso fin el Saturnio á nuestros trabajos. Allí no hubo nadie que en prudencia quisiese igualarse con el divinal Ulises, con tu padre, que entre todos descollaba por sus ardides de todo género, si verdaderamente eres tú su hijo, pues me he quedado atónito al contemplarte. Semejantes son, asimismo, tus palabras á las suyas y no se creería que un joven pudiera hablar de modo tan parecido. Nunca Ulises y yo estuvimos discordes al arengar en el ágora ó en el consejo; sino que, teniendo el mismo ánimo, aconsejábamos con inteligencia y prudente decisión á los argivos para que todo fuese de la mejor manera. Mas tan pronto como, después de haber destruído la excelsa ciudad de Príamo, nos embarcamos en las naves y una deidad dispersó á los aqueos, Júpiter tramó en su mente que fuera luctuosa la vuelta de los argivos; que no todos habían sido sensatos y justos, y á causa de ello les vino á muchos una funesta suerte por la perniciosa cólera de la deidad de los brillantes ojos, hija del prepotente padre, la cual suscitó entre ambos Atridas gran contienda. Llamaron al ágora á los aquivos, pero temeraria é inoportunamente—fué al ponerse el sol y todos comparecieron cargados de vino,—y expusiéronles la razón de haber congregado al pueblo. Menelao exhortó á todos los aqueos á que pensaran en volver á la patria por el ancho dorso del mar; cosa que desplugo completamente á Agamenón, pues quería detener al pueblo y aplacar con sacras hecatombes la terrible cólera de Minerva. ¡Oh necio! ¡No alcanzaba que no había de convencerla, porque no cambia de súbito la mente de los sempiternos dioses! Así ambos, después de altercar con duras palabras, seguían en pie; y los aqueos, de hermosas grebas, se levantaron, produciéndose un vocerío inmenso, porque uno y otro parecer tenían sus partidarios. Aquella noche la pasa-