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CANTO VIGÉSIMO CUARTO

y tomé á Nérico, ciudad bien construída, allá en la punta del continente: si, siendo tal, me hubiera encontrado ayer en nuestra casa, con los hombros cubiertos por la armadura, á tu lado y rechazando á los pretendientes, yo les quebrara á muchos las rodillas en el palacio y tu alma se regocijara al contemplarlo.»

383 Así éstos conversaban. Cuando los demás terminaron la faena y dispusieron el banquete, sentáronse por orden en sillas y sillones. Y así que comenzaban á tomar los manjares, llegó el anciano Dolio con sus hijos—que venían cansados de tanto trabajar;—pues salió á llamarlos su madre, la vieja siciliana, que los había criado y que cuidaba al anciano con gran esmero desde que el mismo llegara á la senectud. Tan pronto como vieron á Ulises y lo reconocieron en su espíritu, paráronse atónitos dentro de la sala; y Ulises les habló halagándolos con dulces palabras:

394 «¡Oh anciano! Siéntate á comer y cese tu asombro, porque mucho ha que, con harto deseo de echar mano á los manjares, os estábamos aguardando en esta sala.»

397 Así se expresó. Dolio se fué derechamente á él con los brazos abiertos, tomó la mano de Ulises, se la besó en la muñeca, y le dirigió estas aladas palabras:

400 «¡Amigo! Como quiera que has vuelto á nosotros que anhelábamos tu tornada—aunque ya perdíamos la esperanza—y los mismos dioses te han traído, salve, sé muy dichoso, y las deidades te concedan toda clase de venturas. Dime ahora la verdad de lo que te voy á preguntar, para que me entere: ¿la discreta Penélope sabe ciertamente que te hallas de regreso, ó convendrá enviarle un propio?»

406 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Oh anciano! Ya lo sabe. ¿Qué necesidad hay de hacer lo que propones?»

408 Así le habló; y Dolio fué á sentarse en su pulimentada silla. De igual manera se allegaron á Ulises los hijos de Dolio, le saludaron con palabras, le tomaron las manos y se sentaron por orden cerca de su padre.

412 Mientras éstos comían allá en la casa, fué la Fama anunciando rápidamente por toda la ciudad la horrorosa muerte y el hado de los pretendientes. Al punto que los ciudadanos la oían, presentábanse todos en la mansión de Ulises, unos por éste y otros por aquel lado, profiriendo voces y gemidos. Sacaron los muertos; y, después de enterrar cada cual á los suyos y de entregar los de otras ciudades á los pescadores para que los transportaran en veleras naves, encamináronse al ágora todos juntos, con el corazón triste.